Mi obra está marcada por el gran conflicto identitario al que siempre me vi sometida. Mis obras son la revelación de esa fragmentación identitaria, propia de alguien que no pertenece a ningún lugar. Una identidad heterogénea, descentrada, donde convive una cultura perdida (que está ausente pero presente) y una cultura adoptada-implantada.

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Vivir en constante movimiento, en la brecha, en la frontera supone el concepto de viaje como algo real y metafórico en relación con un punto fijo, gracias al cuál uno consigue conocerse a sí mismo. Este punto puede ser un lugar geográfico o una norma establecida desde la cuál uno decide partir. Mis obras,como el viaje, representan el movimiento, la desaparición, el desarraigo. La transitoriedad de mi obra demuestra que mi identidad se encuentra en algún espacio indefinido unido a la naturaleza, sin patria ni nacionalidad fija, en constante búsqueda del origen, de la raíz. El camino de ésta busqueda está marcado por una serie de patrones que se repiten constantemente en mi obra; como es, por ejemplo, lo corporal y lo femenino, la marca de mujer; existe un sello que es la mancha, la huella que deja ese cuerpo,el rastro. Existe la sangre, el color, la grasa, la secreción. Existe el cuerpo del sujeto, desnudo, solitario y desprotegido. Existe la necesidad de volver a formar parte de la tierra, de volver a los origenes, de volver a lo primario.